He visto reclutadoras de talentos en tecnología ofreciendo colocar a sus candidatos en rangos salariales de entre $ 20.000 y $ 120.000 anuales, según el país de origen, la experiencia y el área de servicio. Empresarios afirman que los buenos profesionales en tecnología están sobreocupados, incluso fuera de Ecuador, recibiendo honorarios superiores a profesionales de otras carreras en niveles similares. Hace días, un respetado maestro denunció en X: “En Ecuador, la carrera más demandada es Derecho, con 25.096 postulantes en 2023, lo cual representa el 6,56 % del total. No hay una sola carrera en ingeniería o ciencias duras entre las 10 primeras. En el país el mundo no cambia. Sigue estático. ¿Cuándo llegará el desarrollo?”.

¿Están nuestros jóvenes conectados con lo que el mundo demanda de ellos? ¿Las falencias de la enseñanza secundaria, institutos técnicos y universidades desaniman las aspiraciones de los estudiantes? ¿Están capturados por la sobrevivencia de corto plazo y evitan rigurosos procesos de enseñanza? En medio del estado de guerra que vive el Ecuador, la búsqueda de respuestas debe llevarnos como sociedad a cerrar esta dolorosa brecha entre la educación formal ecuatoriana y la posibilidad de realización humana y profesional de sus estudiantes.

Las capacidades que construyan los estudiantes mediante las entidades educativas en que estudien deben hacerlos necesarios para el mundo que les toque vivir. Para ello, la magnitud de la innovación a acometer debe ir más allá de las formas y contenidos del actual modelo. Debe sacudir roles, medios de interacción y, por supuesto, formas y contenidos. La educación formal debe ser fuente de mentoría, de metodologías de aprendizaje, de toma de decisiones y de formación para la vida. Además, debe dotarlos de habilidades blandas, destrezas para el tendido de redes e interacción con su entorno. También, propiciarles el dominio de plataformas tecnológicas y entornos digitales universales, dominio del inglés, etc. Esto, junto con la indispensable excelencia en contenidos y en métodos de enseñanza y aprendizaje.

Resolver la falta de impacto de la educación formal en el progreso social de los jóvenes implica conectar a la primera con las necesidades de aquellos, convirtiéndola en fuente de conocimiento, tecnologías y facilitación del desarrollo socioeconómico de empresas y personas. Responder eficazmente a tales demandas obliga a las entidades educativas a contar con capacidades y programas que masifiquen educación de calidad y con calidad. Al lograrlo, será parte de la estructura de poder del territorio e incidirá eficazmente en el desarrollo socioeconómico de aquel. Esta meta implica desconcentrar decisiones de diseño de contenidos, metodologías e infraestructuras, pues se debe contar con la visión local del desarrollo.

Que el modelo resultante genere nueva riqueza, capaz de financiar su propia innovación. Que la interacción entidades educativas-estudiantes-entorno innove el desarrollo local y sea fuente de recursos humanos especializados de producción, jóvenes militantes de las fuerzas del bien, la verdad y la libertad. (O)