Dos informaciones diferentes, con un problema común de actores no relacionados entre sí, llamaron poderosamente mi atención. Ambas tienen que ver con la soledad profunda del ser humano, en cárceles o rodeado de millones de personas.

La Revista de EL UNIVERSO publica un artículo (25/02/2024) sobre la tendencia de la juventud china (alrededor del 9 %) de comunicarse con novios virtuales que la inteligencia artificial ayuda a crear. Los millones de habitantes en las ciudades, los horarios de trabajo y de transporte, los lleva a buscar en la tecnología la comunicación, apoyo, cercanía y comprensión que la falta de tiempo les niega o reduce. Novios virtuales hechos a medida de los consumidores responden sin horarios, dan consejos y hasta discuten con sus “parejas”. Brindan el apoyo psicológico y la empatía que necesitan. Se han creado también robots conversacionales para seres humanos solos, en medio de multitudes. Incomunicados.

Más cerca nuestro, millares de detenidos en las cárceles de Bukele son condenados por sus crímenes a vivir solos o con muy poca compañía: 30, 40 o más años. Aislados con sus pensamientos.

En esas condiciones los seres humanos enloquecen, muy pocos se convierten en sabios como Mandela o José Mujica que soportaron condiciones extremas cuando fueron presos políticos. En una celda pequeñita o en el fondo de un aljibe. Ellos tenían un propósito en sus vidas y podían asumir las consecuencias.

Pero estos presos tienen la sombra de sus actos y sus vidas sin sentido como telón de fondo en los corredores de la nada. Considero que es una condena peor que la pena de muerte. Es una prolongada tortura en la que el condenado, durante años, se va acercando a la muerte en silencio y sin poder hablarlo con nadie. Sin tener ninguna preparación para habitar consigo mismo.

En la película El secreto de sus ojos, ganadora del Óscar, el agraviado condena al asesino a sobrevivir sin hablar, el peor castigo que podía imponerle.

Eso nos refleja como sociedad, nuestro empecinamiento feroz, casi odio, y nuestra convicción obstinada que los delincuentes no pueden cambiar. Que deben estar sometidos a sufrimientos extremos.

Los seres humanos hemos progresado como humanidad porque cooperamos unos con otros, nos comunicamos mediante ese invento maravilloso de la palabra capaz de suscitar los mejores sentimientos, y también guerras enconadas.

La justicia no está en la venganza, está en la reparación del tejido social destruido, en la atención a las víctimas con un cuidado y acompañamiento efectivo, en el castigo de quienes cometen el delito y en la rehabilitación de aquellos que según los encargados de evaluarlos pueden reintegrarse positivamente a la sociedad. Nuestra sociedad no ha engendrado miles de monstruos. Pero sí podemos volverlos monstruos si los dejamos solos con ellos mismos a quienes no saben permanecer a solas con sus fantasmas.

En cárceles de Barcelona se está enseñando yoga. Los estudios sobre la experiencia muestran que favorece el bienestar corporal, relacional y emocional de los internos y les permite resignificar su vida.

Formar a los más jóvenes en habilidades de relación, comunicación y escucha haría seres humanos más felices y quizá bajaría la tasa delincuencial. (O)