El debate de los candidatos Daniel Noboa y Luisa González, del domingo, no debió ser un mero trámite para sus campañas electorales. Si bien este espacio oficialmente se planteó y se estructuró por el Consejo Nacional Electoral para que los aspirantes a la Presidencia de la República profundicen en sus propuestas y la ciudadanía ejerza un voto informado, ellos llegaron al set de televisión con una meta y una realidad a sus espaldas.

Empecemos con la meta: ambos equipos de campaña sabían que esta era una oportunidad para tratar de apoderarse de la discusión pública de los días posteriores, especialmente en la red (donde además está la mayoría de los electores). Por ello era necesario que alguno de los mensajes o acciones pudiera viralizarse y, obviamente, generar alguna emoción que, con el trabajo posterior al debate, se traduzca en votos de los indecisos.

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Esta meta se da en una realidad, de la que al menos debieron tomar en cuenta un par de elementos. El primero son los datos que se hicieron públicos antes del debate: alrededor del 30 % de los votantes (unas encuestadoras decían que el 25 % y otras hasta el 40 %) estaba indeciso. Un escenario así –aunque esas mismas encuestas den 10 puntos de diferencia entre cada candidato– únicamente significa que aún pueden mejorar las tácticas de sus campañas.

El segundo elemento es la principal necesidad de la gente que en términos eminentemente prácticos se lo puede plantear así: que las personas puedan salir a trabajar, caminar por las calles y tener la certeza de que su familia y ellos mismos van a regresar al finalizar el día. Cómo solucionen este problema no necesariamente es un asunto que les quite sueño.

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¿Qué pasó en el debate? Daniel Noboa presionó a su contrincante alrededor de la corrupción y la impunidad. Un ejemplo: mencionó que en Manabí se pueden construir las casas de su plan de vivienda en el terreno aplanado de la refinería que nunca construyó la revolución ciudadana. También armó un relato alrededor de la seguridad al vincular la tabla de consumo de estupefacientes con la decisión de los correístas de aprobarla y que esto haya agravado el tema de salud pública y de crecimiento del narcotráfico del país, sin dejar de mencionar la vinculación de funcionarios de Estado de esa administración (2007-2017) a ese delito.

Luisa González no se quedó atrás. Primero trató de establecer vínculos entre el actual gobierno de Guillermo Lasso con el grupo Noboa y sugirió vinculaciones con el tema de la minería y de ventajas para la exportación de banano de su familia a países como Rusia. Luego habló de no desdolarizar la economía y cerró filas alrededor de la tabla de consumo de drogas, al devolverle la pelota a Noboa y preguntarle por qué no impulsó su cancelación como legislador. También se presentó con un discurso más estructurado y con una imagen más seria, gracias a sus lentes.

Los encargados de ambas campañas ahora tienen el desafío de mirar cómo le sacan ventaja a lo ahí dicho. El voto informado, como se sabe, lo ejercen pocos, siempre el emotivo será el principal. (O)