Así escuchaba yo, con mi oído quichuizado, una expresión que quería decir “una pizca”. Como casi siempre se refería a asuntos de cocina, pensaba que se escribía como nuez, como nuez moscada exactamente, de la que siempre se ponía solo “un sisnuez”. Ya era adulto cuando entendí que lo que se decía era “un sí es no es”. Una confusión, sí, pero no tanta como la provocada por la ya convocada consulta popular sobre la explotación del ITT. La interrogante está planteada de manera que el “sí, no es”, porque el voto afirmativo significa una negativa a la explotación. Una pregunta ambigua como la que se nos expone puede ser manipulada o, en el mejor de los casos, malentendida.

Superando mis atavismos léxicos he tomado la decisión de votar sí, que es no a “continuar la explotación del crudo del ITT, conocido como bloque 43″. Soy ecologista, es decir alguien cuya ética está determina por los conocimientos logrados por la ecología, rama de la biología que estudia la interacción entre todos los seres vivos y de estos con su entorno. Alterar estas interacciones no es ético en la medida en que afecte a los seres humanos. La naturaleza no tiene derechos, es el ser humano el que tiene derecho a un entorno natural íntegro, limpio y sano. Con el mismo ejercicio de racionalidad, la naturaleza y sus recursos pueden ser aprovechados en beneficio de la humanidad, siempre y cuando este uso no afecte a la estabilidad de los sistemas naturales. Se ha demostrado que la extracción de petróleo en el mencionado espacio se está haciendo de manera que su impacto es mínimo, afecta solo a unas pocas hectáreas ya depredadas antes de iniciar las actividades petroleras.

Entonces no es una motivación ecológica la que me lleva a votar sí que es no, sino más bien un rechazo absoluto a que los ingresos de ese rubro se malgasten en alimentar un Estado obeso y vampiro, cuya gran beneficiaria es la más poderosas de las clases dominantes de este país: la casta burocrática. Quienes defienden la explotación, en una campaña hecha a desgano y mal, afirman que ese dinero se usará en “escuelas y hospitales”. Falso, desaparecerá en el abismo insondable del presupuesto del Estado, cuyos principales egresos son gasto corriente y pago de deuda, más la amenaza latente de la corrupción. Y ningún candidato ha esbozado siquiera una vaga reforma de este sistema inicuo. Mejor que se guarde el crudo bajo tierra, hasta que algún gobierno quiera crear un fideicomiso internacional, que garantizaría el pago a los pueblos y comunidades de las circunscripciones implicadas, porque repugna a la conciencia que los dueños de los territorios de los que se extrae semejante riqueza sean justamente los pobres más pobres del país. El mismo fondo distribuiría lo restante en gasto efectivo en educación y salud. El mismo procedimiento se debería usar a larga con todas las riquezas petroleras y mineras, que son de los seres humanos ecuatorianos, no de la entidad que a lo largo de la historia los ha desposeído de ese y otros bienes. Todo esto será posible siempre y cuando las explotaciones no conlleven daños ambientales inmanejables, como lo entiende cualquiera que tenga un “sisnuez” de lógica. (O)