Las leyendas son tales porque la historia de sus hazañas se transmite de generación en generación. Sus proezas configuran relatos y, por supuesto, se complementan con el o los personajes que en una determinada época se transformaron en símbolos culturales de una sociedad. Francisco Segura Cano es una leyenda con la estela fantástica, dramática y épica que fue su vida. Basta recordar que es el único deportista ecuatoriano que figura en el Salón de la Fama, espacio reservado para los mejores del mundo.

En mi tránsito por el periodismo he procurado enaltecer la figura de Pancho Segura. En el libro de mi autoría 100 años de historia del tenis ecuatoriano, publicado en enero del 2000, hay un capítulo en su honor: “Francisco Segura Cano”. Es el recuento completo de este fenómeno del tenis en 40 páginas que detallan el inicio humilde, la discriminación, el sufrimiento, el apoyo materno, sus primeros triunfos, el éxito y la gloria perpetua.

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En EL UNIVERSO he escrito estas columnas: ‘Pancho Segura, los días difíciles de la leyenda (11/26/2017), ‘Cuando la gloria fue de los humildes’ (08/11/2018), ‘¿Fue Pancho Segura campeón mundial?’ (01/23/2021) y ‘Pancho Segura se fue a Nueva York en 1940′ (07/15/2023). En cada una intenté que las nuevas generaciones reconozcan a este héroe de nuestro deporte, pero también las dirigí al nuevo periodismo deportivo nacional, que frecuentemente intenta demoler la historia, traslapando la ignorancia con la indiferencia. Y, por supuesto, para los que en algún momento criticaron a Segura por nacionalizarse estadounidense, como si aquello fuera una traición a la patria.

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Para entender a estos compatriotas, cito al geólogo alemán Franz Theodor Wolf, que en 1873 describió a los ecuatorianos como contradictorios: “Son especiales, viven tranquilos al pie de volcanes, descansando alrededor de minas de oro y se sienten felices escuchando música triste”.

El monumento de Pancho Segura Cano en los exteriores del Tenis Club de Guayaquil. Fue develada en el septiembre del 2022 por Andrés Gómez (I), Miguel Olvera y Luis Adrián Morejón. Foto: Archivo

La escritora británica Caroline Seebohm, biógrafa, novelista e investigadora, ha escrito más de 30 libros. Uno de ellos es Little Pancho, del 2009. Narra la vida de Segura, una montaña rusa de emociones desde su atribulado nacimiento en un bus interprovincial en la ruta Quevedo-Guayaquil, hasta su amistad con lo más granado de Hollywood (Dean Martin, Charlton Heston, Humphrey Bogart, Barbara Streisand). Segura nació en el anonimato para ser luego la mejor raqueta del mundo y uno de nuestros primeros héroes deportivos.

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El periodismo guayaquileño, que lo identificó por su admirable precocidad tenística. El 4 de agosto de 1938, Alberto Gómez Valencia, en una columna de El Telégrafo, escribió: “Estaba entrenando un joven fenómeno que responde al nombre de Francisco Segura. No es un Francisco a secas, el buen criollo tiene su condumio. A fuerza de mamey colorado, de rica conserva de pechiche y de jugo de mango que producen nuestros campos, el muchacho ha llegado a realizar una transformación mágica en la cancha, hasta el extremo de tener cuatro manos y en cada mano una raqueta. Hace garra en la cancha por su pata de loro y parece que tuviera alas, que fuera brujo y que tuviera el don de la ubicuidad”.

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Muy joven, Segura se convirtió en el mejor de Sudamérica. Como anécdota, la revista argentina El Gráfico de enero de 1940, en un artículo de Félix Daniel Frascara, recomienda que el ecuatoriano vaya a Norteamérica para desarrollar su tenis. La prensa de nuestra urbe se hizo eco de la sugerencia de Frascara y presionó a la dirigencia del Guayaquil Tenis Club para que iniciara la cruzada y conseguir que Pancho viajara a Estados Unidos, como efectivamente sucedió.

El actor Richard Andersson (i) (El Hombre biónico, la Mujer biónica, entre otras series) y la leyenda del tenis ecuatoriano, Pancho Segura Cano, en mayo de 1984 Foto: Archivo

Pero al margen de que ese evento representó la evolución de su magnificencia tenística, a la par emergió un inimaginable ciclo literario en el país cuando los más ilustres poetas y copleros encendieron sus luces líricas para escribir hermosas odas sobre la vida de Pancho Segura. Por ejemplo, hay un escrito de Ralph del Campo en El Telégrafo del 19 de junio de 1940 que dice lo siguiente:

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“El grito va abriendo campos en la amplitud de la calle, entre una sinfonía de bocinas, de voces roncas, de silbidos, hasta perderse sin dejar un solo rastro. Los cracks de los barrios han colgado sus rústicas raquetas y la silueta del morocho campeón la han colocado en la pared del centro para, al abrir cada día, puedan hablarse sin miedo y pedirle consejos para acabar con los rivales. Pancho, te ha llegado el chance que más ambicionabas, te vas a la ciudad de los rascacielos y de los ruidos clamorosos. Vos sos un morocho en busca del Tío Sam para afeitarle las barbas de un drive arrollador. No cambies por nada aunque te den todo el oro del National Bank. Sé el muchacho modesto y sencillo que conocí. Vencedor o vencido, siempre modesto y franco. Piensa siempre en los tuyos, sobre todo en la vieja. No le falles con tus letras que serán el mejor remedio para su llanto. No le falles nunca”.

Abel Romeo Castillo, poeta e historiador guayaquileño, autor del hermoso poema Romance de mi destino, también le escribió a Segura en verso Retorno y apoteosis.

De su extensa composición resalto estas estrofas: “Un ancla besa los fondos / del río guayaquileño / Ya llegó el barco / Allí viene / cohetes gritan en el cielo / se estremecen las banderas / y se remecen los cerros / uno grita ya está aquí / y se produce el revuelo / y antes de pisar en tierra / Ya Segura está en suspenso / en brazos de sus amigos / los que llegaron primero / Se lo llevan se lo llevan / por el Malecón al centro / ¡una gran ola lo trae y otra le sigue corriendo / llevan flores, suenan gritos / hay agitar de pañuelos / y tremolan las banderas / en patriótico flanco. Porque es Segura el campeón / el muchacho humilde y bueno / que se marchó por el mundo / a disputar con denuedo / victorias para la patria / prestigio para su suelo / y retornar vencedor / como buen guayaquileño. Déjame Pancho Segura / elogiarte aquí en mi verso / y clavarte este romance / como medalla en el pecho (19 de abril de 1939, al regreso de Segura desde Uruguay).

También Adel Celinas, anagrama del coplero Elías Candel, en septiembre de 1950 escribió esto bajo el título de Saludos a Segura: “En homenaje sincero / a su pujante figura / saluda el diario a Segura / con un cantar mañanero / Encuentra bajo este alero / el mismo efecto de otrora / y se descubre la hora / en que retoma el paisano / con un laurel en la mano / y otro joyel: su señora”.

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El poeta guayaquileño Enrique Abelardo Palma lo distinguió a fines de los 50 con el Romance a Pancho Segura. Esta es la estrofa más sentida: “Mi carne es también tu carne / hermano Pancho Segura / tú empuñando con las manos / tu raqueta taumaturga / yo arrancándole a la lira / solemne y heroica música / cantemos juntos el poema de la América futura. Mucha tinta se ha consumido describiendo la intrepidez, el coraje, la audacia de Pancho. Jim Murray lo resaltó en Los Angeles Times, en febrero de 1966. Y en septiembre de 1961 apareció El forehand maravilloso, de Jack Kramer.

En fin, Francisco Segura Cano fue un alquimista: transformó sus pesares en sonrisas y sus glorias las mezcló con humildad. Por eso quise homenajearlo con estos recuerdos que son aves migrantes entre la razón y el sentimiento. (O)