“El odio quedó atrás, no vuelvas nunca, sigue hacia el mar”, cantaba Víctor Jara en tiempos del gobierno de Allende. Cuando este era candidato le dijeron a una doméstica que si él ganaba le quitarían la ropa y ella la escondió. Tanques soviéticos rodarían ante el palacio presidencial. Visitaban los hogares, a los que tenían hijos les decían que los mandarían a la URSS y a Cuba.

Electo Allende, recibió amenazas de muerte y grupos paramilitares instauraron el terror. Los hilos invisibles subieron la cotización del dólar y alentaron el retiro de fondos bancarios. Nixon, el expresidente de la potencia que todo lo dispone en el mundo económico y político, ordenó: “No hay que dejar ninguna piedra sin mover para obstruir la elección de Allende”. No le preocupaban los riesgos. Y se intentó crear caos para que el Congreso no ratifique la preferencia popular, matando al comandante del ejército, quien no se prestó para la maniobra.

Las piedras se convirtieron en rocas cuando se nacionalizó la explotación del cobre, en manos de multinacionales estadounidenses. Allende dispuso no pagarles ninguna indemnización por sus ganancias excesivas. Logró lo que el expresidente Balmaceda no consiguió con el salitre, a quien Gran Bretaña le hizo la guerra cuando anunció su nacionalización, explotado por una gran compañía inglesa. En respuesta el gobierno de EE. UU. embargó las exportaciones de cobre. La ITT, por su parte, cuyas acciones fueron expropiadas por el Gobierno, promovió el derrocamiento del presidente.

El régimen realizaba los cambios dentro de la legalidad. La reforma agraria que impulsó se basó en la ley dictada en el periodo de Frei. Pero dentro de la legalidad el Congreso saboteaba su labor con normativas y destituyendo ministros. Se provocó desabastecimiento, escondiendo los productos. El gobierno no se dejó y ordenó descerrajar negocios involucrados. Denuncia un complot para asesinar a Allende. Exhorta a la contención popular, mas no todos coinciden porque implica dejar inerme al pueblo y se forman cordones obreros en las industrias a fin de detener el golpe. El gobierno integra a los militares al gabinete de ministros, creyendo que así conseguiría aplacar la sedición en marcha.

Se multiplican los bombazos y enfrentamientos, atacan el palacio presidencial y matan a un obrero y al edecán de Allende. El partido de ultraderecha Patria y Libertad llama a tumbar al gobierno y declara que, si es necesario que haya miles de muertos, los habrá. El presidente sugiere convocar a un plebiscito para que decida la ciudadanía la suerte del régimen y los militares aceleran la fecha del golpe.

Según la oficial Comisión de Verdad y Reconciliación, la dictadura militar provocó 2.125 muertos y 1.102 desaparecidos, cuyos restos buscará Chile con interés según el ofrecimiento de Boric. También hubo 28.459 personas torturadas y más de 200.000 exiliados.

A los 50 años de que el fascismo apagara la luz en Chile, se impone la reflexión del papel de la sociedad en lo ocurrido. Claro, después de conocerlo e interesarse en la defensa y promoción de los derechos humanos, de cara al futuro. (O)