En algún momento de nuestra vida todos hemos sentido arrepentimiento, remordimiento o culpa por haber actuado incorrectamente o por no haber tomado medidas cuando debimos haberlo hecho. Cuando nuestra acción o inacción afecta a otra persona y buscamos su perdón, y lo obtenemos, experimentamos alivio emocional y sentimos que la vida nos ofreció la oportunidad de aprender algo importante sobre el respeto a nuestros semejantes.

Perdonarse a sí mismo debería ser más sencillo, puesto que uno conoce todos los detalles en su mente y no se necesita un intermediario. Sin embargo, allí radica la complicación.

Cuando explicamos nuestro sentimiento a quien hemos ofendido usamos palabras claras y concretas, acompañadas de las emociones apropiadas. En cambio, cuando desarrollamos estos diálogos interiores, nuestras emociones se mezclan e intensifican porque nuestra memoria asocia eventos conectados al tema, actualiza recuerdos de otras faltas cometidas con la misma u otras personas y sin desearlo volvemos a sentirnos culpables y sin recursos, como la primera vez.

La decisión de perdonarse a sí mismo, ya que se deriva de una conclusión racional nacida del arrepentimiento sincero, debe ejecutarse de una manera objetiva. No somos la misma persona que cometió la falta, ni existen hoy los factores que entonces precipitaron nuestra acción, y somos más sabios al haber aprendido de dicha experiencia: en otras palabras, no sucedería hoy.

Muchas veces nuestra falta no fue tan perjudicial ni perduró en la vida de la otra persona, pero nuestra mente la magnificó. No es que el hecho deba desvanecerse, pero su efecto en nuestro interior no debería ser demoledor.

Una falta cometida merece una reparación, directa en unos casos, simbólica en otros, tal vez sin ninguna conexión con el tema original (actos de bondad o solidaridad aleatorios o anónimos contribuyen a recuperar nuestra sensación de bienestar emocional).

El propósito final del autoperdón es liberarse de sentimientos de culpa, vergüenza, fracaso. Para lograrlo, una vez tomada la decisión, hay que dejar de rumiar sobre el tema, y los diálogos interiores tienen que ser sobre asuntos positivos, constructivos. Hay que insistir ante la propia conciencia en que el tema está resuelto, y lo que hay que evitar es la reaparición de estos fragmentos emocionales dolorosos, que cada vez deben ser menores y menos frecuentes. (O)