Miedo, en el diccionario, está definido como la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. También como sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea.

Sus efectos pueden ser tan diversos. A algunas personas paraliza. A otras las anula. A unas cuantas deprime y a muchas angustia. No hay duda de que provoca mucho estrés y la incapacidad de ver más allá del momento en que se está enfrentando lo que sea que está produciendo el miedo.

Desde hace semanas, prácticamente no hay ciudad o persona que viva en el Ecuador que no haya sentido miedo, además de desesperanza.

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Razones sobran. No han faltado las noticias nada alentadoras sobre los daños que están produciendo las fuertes y constantes lluvias. O las constantes acciones delictivas que tienen a más de un miembro de cada familia compartiendo consejos por redes sociales o de mensajería para que sus seres queridos tomen precauciones y se cuiden lo mejor que puedan.

Sin embargo, en medio de este escenario de desconfianza, hay comportamientos que muestran que no estamos solos y que podemos apoyarnos frente a la sensación de impotencia y soledad producto de la violencia.

(...) en medio de este escenario de desconfianza, hay comportamientos que muestran que no estamos solos...

Dos días antes del feriado de Semana Santa, asistí al lanzamiento de un libro y bajé hacia uno de los valles aledaños a Quito a las 20:30. Había poquísima gente en las calles. No era solo por la lluvia y el frío, sino porque hay rutas que se evitan desde hace algunas semanas y han llevado a que quienes deben cruzar por ellas traten de irse a sus casas más temprano o se queden en hogares de familiares y amigos para no tener que transitar por ellas a partir de las 23:00, por los riesgos de asaltos y secuestros exprés.

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Pero esa noche pasó algo que surgió espontáneamente y creo que nos hizo mucho bien. Los pocos vehículos que bajábamos nos manteníamos en grupo, tratando de no dejarnos muy atrás. Al principio pensé que era mi imaginación, pero mientras avanzaba noté que era cierto. Íbamos de alguna manera acompañándonos, manteniendo algo de distancia en caso de que algún vehículo se encontrara con un obstáculo que lo obligara a hacer una maniobra. Noté que mutuamente nos mirábamos y frenábamos para que nadie se quedara demasiado atrás.

No sé quiénes fueron esos compañeros de ruta, de algo más de 30 minutos, pero ese gesto, estoy segura, nos dio tranquilidad a todos.

Luego, durante el feriado, leí en un tuit que una persona de Guayaquil agradecía la maniobra de otro vehículo que le permitió mover su auto y no ser asaltada. Tenía video del gesto y, por supuesto, del atacante.

Esos actos, que nos hacen personas, que nos hacen gente, son los que más necesitamos en este momento, porque cuando más miedo sentimos, sentir una mano de solidaridad ayuda y salva del desasosiego. Y muestra también que sí hay formas de apoyarnos, aunque jamás nos hayamos visto.

Una mano extendida, una sonrisa, un teléfono listo para pedir ayuda cuando vemos una agresión, nos hará volver a creer en este pedazo del planeta que ocupa el Ecuador y nos dará luz mientras transitamos este camino de tanta oscuridad. (O)