Cuando se anunciaba una nueva marea de gobiernos de izquierda en América Latina, los mismos integrantes de esa tendencia se están encargando de convertirla en unas olas dispersas que no logran llegar a ninguna playa. Entre los factores que impiden que el mapa continental vuelva a tomar el color que predominó en las dos primeras décadas de este siglo, los más importantes son los que se originan adentro. Las posiciones débiles y dubitativas en asuntos de importancia, como las libertades y los derechos, les pasan factura en términos electorales a quienes aspiran a cargos y erosionan la credibilidad de los mandatarios. No es solamente el éxito alcanzado por la derecha, con algunos planteamientos, como los de la mano dura de Bukele y la crítica a la casta de Milei, que ciertamente tienen peso, sino sobre todo la incapacidad de las izquierdas para asumir los principios básicos de la democracia.

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Un caso reciente fue la tardía reacción de los presidentes Petro y Da Silva, de Colombia y Brasil, frente a la decisión dictatorial de Nicolás Maduro para impedir la inscripción de la candidatura de María Corina Machado. Unos días antes, el presidente brasileño no solo había cuestionado los esfuerzos de la oposición venezolana, sino que incluso había aplaudido las artimañas de Maduro. El colombiano, en su intento por alcanzar un liderazgo continental, que siempre le quedó grande y que le es cada vez más lejano, privilegiaba una posición de neutralidad que es insostenible en casos como este. Ambos reaccionaron cuando los hechos estaban consumados y la dictadura neochavista había obtenido lo que buscaba. Esto seguramente les pasará factura a las izquierdas de los dos países en las próximas elecciones.

El panorama no es favorable... mientras no se apoderen de las banderas democráticas.

El otro gobierno emblemático de la izquierda continental, el de Gabriel Boric en Chile, hizo un temprano giro hacia la adopción de los valores democráticos, lo que se manifestó tanto en aspectos internos, como en su condena a los abusos de sus pares venezolano y nicaragüense. Sin embargo, sus compañeros de viaje, aquellos que estuvieron con él en el famoso estallido de octubre de 2019 no siguieron los pasos del presidente. Las derrotas en el primer referendo constitucional y en la elección de la segunda comisión constituyente, no se debieron a las virtudes de la derecha, sino a la insatisfacción de la población con la gestión gubernamental y a la desconfianza que genera un equipo heterogéneo, contradictorio y adverso a principios básicos de convivencia bajo un marco de derechos y libertades. También en este caso es probable que la próxima elección sea un desastre para la izquierda.

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El caso mexicano es una excepción en este aspecto, ya que es muy probable que el partido del presidente López Obrador alcance nuevamente la presidencia. Pero, no será a causa del fortalecimiento de las posiciones de izquierda y mucho menos del apego a los ideales democráticos. Se deberá a que la actual gestión gubernamental ha sido una reedición del viejo estilo del PRI, con la cooptación de las instituciones, los ataques a la libertad de expresión y el “dedazo” para la selección de la sucesora.

El panorama no es favorable para las izquierdas continentales y no lo será mientras mantengan consignas obsoletas y no se apoderen de las banderas democráticas. (O)