Es muchas veces antipático aquel que busca ir solo a sitios con extraordinaria gastronomía, sean estos sencillos o sofisticados. Dependiendo de la ciudad, otros tipos de experiencia, cuyo centro no siempre es la cocina, sino un complemento, pueden ser atractivos y los perdemos cuando nuestro único enfoque es la cocina. A decir verdad, muchas veces me he encontrado dentro de esta categoría.

Habiendo ido últimamente varias veces a Cuenca, me había enfocado en restaurantes que me parecían de excelencia, como El Mercado, Los Tiestos, La Pizza de Juanja o Mediterráneo para pastas, Le Petit Jardin, y otros que han elevado el nivel de la cocina de la ciudad.

También me había concentrado en visitar nuevos proyectos, como el renovado bar del hotel Santa Lucía, con una coctelería de autor interesante, y su cigar room, próximo a abrir; Que yo sepa, único en el país, o en la renovación del restaurante y la nueva propuesta gastronómica del hotel Victoria, próximo a lanzarse.

Sin embargo, esta vez mi anfitrión me llevó a callejear por el casco histórico, sugiriéndome sitios en los que no encontré turistas locales, sino un melting pot de nacionalidades, de caracteres y tipos, que hicieron de la vista algo especial.

Esta ciudad atraviesa un momentum que la ha convertido probablemente en la de mejor calidad de vida del país. Mezcla de ciudad pequeña aún, con intenciones de metrópoli, me sorprendió al encontrarme una orquesta de cámara tocando en el parque Calderón. La gente caminaba a borbotones, despreocupada de la seguridad, de bar en bar, y tienda en tienda.

Así, recomiendo al lector dos espacios de la ciudad que deben visitar. El primero, para comer cuy rostizado, cascaritas, cuchicaras, fritada y hornado, en la avenida Don Bosco, el menú más típico de la ciudad. Fogones muy humildes que guardan cientos de años de tradición y empirisismo. Una adaptación de la herencia española de la cocción del cerdo, digna de probar.

Y luego, en el centro histórico, existen múltiples sitios interesantes. La Cigale es uno de los que más vida tiene. Dentro del hostal del mismo nombre, con un gran patio interior donde hay música en vivo, guitarra, canto, con comida tradicional que se mezcla en un gran ambiente.

Fuimos también a Yaku Bistro. La entrada por un largo zaguán que nos abre el vestíbulo a un edificio del siglo XIX con un jardín interior en el medio, un bar al costado y un escenario al frente, en el que tocaba un cuarteto de música indie. En días anteriores se había presentado un monólogo, y según me dicen, cualquier sorpresa se puede esperar en este.

La hamburguesa de cerdo y cábano estuvo sensacional. El resto del menú, nada especial, pero bien. Ensalada de roast beef, cordero rostizado, y tempura de camarones. Una comida aceptable, que acompaña un ambiente distinto, de los que no encontramos en nuestra ciudad, Guayaquil, caminando despreocupadamente de bar en bar, de restaurante en restaurante. (O)